viernes, 23 de enero de 2009

"La Doncella Bienaventurada" (Dante Gabriel Rossetti)

La Doncella Bienaventurada se inclinó
sobre la baranda de oro del Cielo;
sus ojos eran más profundos que la hondura
de aguas aquietadas al atardecer;
tenía tres lirios en la mano,
y las estrellas de su pelo eran siete.

A su vestido, suelto desde el broche del dobladillo,
no lo adornaba ninguna flor,
excepto una rosa blanca, regalo de María,
llevada convenientemente para el oficio
su cabello, que caía a lo largo de su espalda
era amarillo como el trigo maduro.

A ella le parecía haber pasado apenas un día
de que era una de las coristas de Dios;
todavía no se había ido del todo el asombro
de su tranquila mirada,
para aquellos a quienes ella había dejado, su día
había sido contado como diez años.

(Para uno, son diez años de años.
...Y sin embargo, en este mismo lugar,
ella se inclinó una vez sobre mí, - sus cabellos
caían sobre mi rostro...
Nada: la caída otoñal de las hojas.
El año entero pasa veloz.)

Sobre la muralla de la casa de Dios
ella estaba de pie;
edificada por Dios sobre la profundidad vertical
donde empieza el Espacio;
tan alta, que mirando desde allí hacia abajo
ella apenas podía ver el sol.

[La casa] está en el Cielo, más allá del torrente
de éter, como un puente.
Abajo, las mareas del día y de la noche
con llamas y oscuridad forman
el vacío, que llega hasta el fondo donde este mundo
gira como un mosquito irritado.

A su alrededor, amantes reencontrados
entre las aclamaciones inmortales del amor,
pronunciaban entre sí,
sus nombres recordados en el corazón;
y las almas, que iban subiendo hacia Dios
pasaban a su lado como delgadas llamas.

Pero ella seguía inclinándose, y observando
hacia abajo desde aquel balcón;
hasta que su pecho debió
entibiar el metal de la baranda,
y los lirios quedaron como dormidos
a lo largo de su brazo doblado.

Desde ese lugar fijo en el Cielo ella vio
que el tiempo se agitaba como un pulso intenso
a traves de todos los mundos. Su mirada se esforzaba,
por alcanzar a través de ese gran abismo
su camino; y luego ella habló una vez como
cuando las estrellas cantaron en sus esferas.

El sol se había ido ahora; la rizada luna
era como una pequeña pluma
revoloteando en el abismo; y ahora
ella habló a través del aire inquieto.
Su voz era como la voz que tenían las estrellas
cuando cantaron juntas.

(¡Ah, cuán dulce! Incluso ahora, en esa canción de pajaro,
¿no intentaban acaso sus palabras,
alcanzar la lejanía? Cuando esas campanillas
poseyeron el aire del mediodía,
¿no intentaron acaso sus pasos llegar a mi lado
bajando aquella resonante escalera?)

´Deseo que él venga a mí,
porque él vendrá`, dijo ella.
´¿Acaso no he rezado al Cielo?-en la tierra,
Señor, Señor, ¿acaso él no ha rezado?
¿No son dos ruegos una perfecta fuerza?
¿Y debo sentir miedo?`

´Cuando la aureola rodee su cabeza,
y él esté vestido de blanco,
yo lo tomaré de la mano y lo llevaré
a los hondos pozos de luz;
y bajaremos hasta la corriente,
y nos bañaremos a la vista de Dios`

´Estaremos de pie al lado de ese santuario,
oculto, alejado, no hollado,
cuyas lámparas están agitadas continuamente
con las plegarias que suben hacia Dios;
y veremos nuestras viejas plegarias cumplirse y disolverse
como si fuesen nubecitas.

Y dormiremos a la sombra
de ese mítico árbol viviente
en cuyo secreto ramaje
se siente que a veces está la Paloma,
y cada hoja que tocan Sus plumas
dice audiblemente Su nombre.`

´Y yo misma le enseñaré,
yo misma, yaciendo así,
las canciones que canto aquí, en las que su voz
se detendrá en murmullos, lentamente;
y él encontrará sabiduría en cada pausa,
y algo nuevo para aprender.`

´(¡Ay! ¡Nosotros dos, nosotros dos, dices tú!
Si tú eras una conmigo
en el pasado. ¿Pero acaso elevará Dios
hacia la unidad eterna
al alma cuya similitud con la tuya
consistía en su amor hacia tí?)`

Los dos, dijo ella, buscaremos el bosquecillo
donde está María,
con sus cinco doncellas, cuyos nombres
son cinco dulces sinfonías,
Cecilia, Gertrudis, Magdalena,
Margarita y Rosalía.

En círculo sentadas, con sus rizados cabellos
y sus frentes adornados con guirnaldas;
en fina tela, blanca como la llama,
bordando el hilo dorado
para hacer el traje natal de aquellos
que acaban de nacer, porque han muerto.

´Él temerá, feliz, y quedará callado:
Entonces yo apoyaré mi mejilla
en la suya, y diré acerca de nuestro amor,
sin verguenza y sin temor:
Y la querida Madre aprobará
mi orgullo y me dejará hablar.`

´Ella nos llevará, la mano en la mano,
hasta Aquel junto a Quien todas las almas
se arrodillan, la fila de cabezas sinnúmero
agachadas con sus aureolas:
Y los angeles al encontrarse con nosotros, tocarán
sus cítaras y cíitolas.`

´Allí yo le pediré a Cristo, el Señor
sólo esto para él y para mí: -
Vivir como una vez vivimos en la tierra
con amor, - nada más estar
como una vez estuvimos por un tiempo, ahora por siempre
juntos, él y yo.´

Ella miró, y escuchó, y dijo,
su voz más apacible que triste,
´Todo esto sucederá cuando el venga`. Ella calló.
Y la luz la iluminó, lleno
estaba el aire de ángeles en fuerte y parejo vuelo.
Sus ojos rezaron, y ella sonrió.

(Yo vi su sonrisa.) Pero pronto su camino
fue vago en distantes esferas:
Y luego ella apoyó sus brazos
sobre aquella baranda de oro,
y dejó caer su rostro entre las manos,
y lloró. (Yo oí sus lágrimas.)

lunes, 12 de enero de 2009

Poemas varios (Jorge Luis Borges)


EL CÓMPLICE
Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos.
Me tienden la copa y yo debo ser la cicuta.
Me engañan y yo debo ser la mentira.
Me incendian y yo debo ser el infierno.
Debo alabar y agradecer cada instante del tiempo.
Mi alimento es todas las cosas.
El peso preciso del universo, la humillación, el júbilo.
Debo justificar lo que me hiere.
Soy el poeta.



DESPEDIDA
Entre mi amor y yo han de levantarse
trescientas noches como trescientas paredes
y el mar será una magia entre nosotros.

No habrá sino recuerdos.
¡Oh tardes merecidas por la pena!
Noches esperanzadas de mirarte,
campos de mi camino, firmamento
que estoy viendo y perdiendo....
Definitiva como un mármol
entristecerá tu ausencia otras tardes.



EL MAR
Antes que el sueño (o el terror) tejiera
mitologías y cosmogonías,
antes que el tiempo se acuñara en días,
el mar, el siempre mar, ya estaba y era.

¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento
y antiguo ser que roe los pilares
de la tierra y es uno y muchos mares
y abismo y resplandor y azar y viento?

Quien lo mira lo ve por vez primera,
siempre. Con el asombro que las cosas
elementales dejan, las hermosas

tardes, la luna, el fuego de una hoguera.
¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día
ulterior que sucede a la agonía.



EL REMORDIMIENTO
He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
la sombra de haber sido un desdichado.



LAS COSAS
El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,

un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde

una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
láminas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,

ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.



1.964
I
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines: Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado,

cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
la fiel memoria y los desiertos días.

Nadie pierde ( repites vanamente )
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente

para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.

II
Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta

y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna

y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.

Sólo me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.